La perdurabilidad del mosaico a lo largo de la historia


Como ya hemos hablado en otras entradas al blog, los mosaicos eran para los romanos un elemento decorativo para cubrir los espacios arquitectónicos. Llegó a ser un arte tan apreciado y difundido que en el siglo III el emperador Diocleciano promulgó un decreto en el que estableció el precio que los artistas podían dar a sus obras, según los grados de calificación previa. Cuando en el año 330 el emperador Constantino trasladó la capital del Imperio romano de Oriente a Bizancio, otorgó bastantes facilidades y favoreció el éxodo a los maestros griegos y romanos fabricantes de mosaicos (llamados mosaistas). A continuación, vamos a hablar sobre cómo ha perdurado el arte musivario en el tiempo.

Tras la caída de Roma

Con el fin del Imperio Romano, toma el testigo de la cultura musivaria el estilo bizantino. El nuevo estilo con sus dos capitales, Constantinopla en Oriente, y Rávena en Occidente se emprende el gran desarrollo y difusión del arte mosaístico. A partir de este momento al mosaico se le inyecta una misión más tectónica, no sólo será elemento de adorno, sino que se le dimensiona como parte integrante de la misma arquitectura. La decoración no se limita a zonas limitadas, sino que van a cubrir materialmente todo el espacio arquitectónico, a modo de inmensas alfombras.



Los talleres de Rávena y Constantinopla despliegan una actividad sorprendente. Sus mosaistas captaron el nuevo sentido plástico que debe cumplir culturalmente en los espacios de las basílicas bizantinas. Introducen dentro de la gama multicolor la tesela de oro, para cubrir aureolas y amplios paramentos, espacios dorado, cúpulas, con el fin de desmaterializar y destruir la corporeidad de los muros, fundir más estrechamente la arquitectura con la decoración, descomponiendo las estructuras y dando mayor amplitud al volumen espacial. Las nuevas conquistas técnicas se prolongan desde Rávena, capital del Adriático, a toda la península itálica. En la Ciudad Eterna muy pronto se acusa Ia “manera griega” de trabajar el mosaico. Los artistas proyectan sus mosaicos sobre algunas de las basílicas como la de san Lorenzo (579-590 d.n.e), Santa Inés (625 d.ne), la capilla de San Xenón en santa Práxedes (820 d.n.e) y Santa Cecilia en Trastevere (siglo IX). Desde Constantinopla, capital del Oriente bizantino se difunde esta técnica llegando a Grecia y las islas del mar Egeo. No hay iglesia bizantina que no haya sido tapizada de mosaicos. La querella de las imágenes con motivo de la herejía iconoclasta supuso un duro golpe a la iconografía musiva.
 

Mosaico Bizantino: Corte de Justiniano.

 
 
El II Concilio ecuménico de Nicea del año 787 promulgaba con fuerza, la tradición de las imágenes en las basílicas contra los detractores de aquellas. La persecución iconoclasta de Oriente provoca la emigración de mosaistas a Occidente, por lo que el movimiento bizantinista del mosaico se alarga geográficamente. Comienza en las orillas del mar Adriático en torno a la ciudad de Venecia y sus alrededores como Murano, Parenzo, Torcello, Istria… que cubrían paramentos basilicales con una iconografía encantadora, llena de policromía y de imaginación orientalista. En la iglesia de san Marcos de Venecia dejaron uno de los mantos musivos más bellos. Los artistas descienden hacia Italia central, siendo Roma la ciudad que sirve de puente para los mosaistas orientales que dejan muestras de su virtuosismo en las basílicas de santa María in Dómnica (824), santa Práxedes (siglo IX), santa María in Navicella, san Teodoro (mitad del siglo VI), santa María in Cósmedin y santa María in Trastévere (siglo IX). Los artistas desembarcan en Sicilia, en donde dejan muestras musivas de una técnica más depurada y preciosista, como la catedral de Monreale, capilla Palatina de Palermo y Cefalú.

El último período del renacimiento musivo de Roma está representado por los ábsides de santa María la Mayor de Jacobo Torriti (1294) y santa María in Trastevere de Pietro Cavallini (1295). Y como a todo estilo artístico le llega su final, al estilo bizantino y su manifestación más espléndida, los mosaicos, se fueron extinguiendo poco a poco hasta desaparecer por completo. Nuevos aires y nuevas formas de hacer arte, y planteamientos diversos, como el estilo románico, el gótico dejaran caminos abiertos a los artistas para que se cristalicen en pintura mural, en vidrieras, en retablos, en frontales de altar, en escultura funeraria, en tapices… formas y maneras varias que echaron definitivamente fuera de la basílica la técnica del mosaico.

Hoy en día.

Sin embargo, a día de hoy algunos artistas han retomado esta técnica y dos son los procedimientos manuales de la realización material del mosaico en la actualidad: el “procedimiento Directo” y el “procedimiento Indirecto “. El primero, es el que se ha utilizado siempre desde los romanos hasta hoy. El segundo, es que se usa en la actualidad, sin descartar el anterior.

- Procedimiento Directo

El procedimiento Directo es el revestimiento superficial aplicado directamente sobre la estructura de la arquitectura. Formado de una amalgama de teselas de diversos colores, a modo de piel o tapete epidérmico, con la que se cubre y ornamenta cualquier muro. El trabajo musivario se hacía “in situ” y por jornadas, de manera que la argamasa no fraguara, ni se endureciera. La mayor o menor presión manual del mosaista obligaba al desplazamiento de la masa a medida que se realizaba el mosaico, lo cual producía inevitablemente unas ondulaciones de la masa, denominadas barrigas, solamente reconocibles por una iluminación rasante a la pared. No aludimos para nada, a los inconvenientes y dificultades de trabajar el mosaico de esta manera sobre el andamio, con riesgo de la vida del mosaista.

- Procedimiento Indirecto

El procedimiento Indirecto es el que se ejecuta cómodamente sobre la mesa horizontal del taller. Sobre esta mesa se coloca el diseño coloreado que se desea convertir en mosaico. Conviene que, si el mosaico es de dimensiones grandes, se fraccione en partes o módulos los más cómodos para cuando llegue el momento del montaje sobe el lugar. Tiene que tenerse muy en cuenta que se trabaja de forma invertida, ya que puede acarrear serios problemas v.g. los rótulos deben ser escritos al revés para que se lean correctamente. Una vez dispuesto el dibujo sobre la mesa se colocan las teselas sobre él, poniendo siempre la mejor cara contra el papel. Este procedimiento indirecto brinda la posibilidad que una vez concluido cada uno de los módulos, permita hacer correcciones antes de echar el cemento.


BIBLIOGRAFÍA:

- Iturgaiz Ciriza, D. (1997): Historia del mosaico. Ars Sacra. Nº1.

- Lunas-Llopis, J. (1996) Manual del mosaico antiguo: (historia, técnica y procesos de realización). Alcalá de Henares. TEAR.




AIDA TEJADO VAZQUEZ

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